sábado, 29 de septiembre de 2012

Los pensamientos


     De su boca salió un pensamiento como un resoplido por la tierra, como una prenda hacia el suelo, 
      y de la ventana al baño, y hasta la estancia de los Ibáñez.
      Colgó en el escurridor todas las hojas de té para que se sequen, y se marchiten. Y se quiebren.
      Puso la pava. Cebó unos mates mientras comía nueces. Amargo con amargo.
       La torta de manzana que le habían preparado se la  comió el perro Rulfo.  
      Encendió la luz y se puso a silbar. A lo lejos veía las chispas de las fogatas de la familia vecina.
       Quería atrapar eso que rondaba en el aire, ese chiflido de los pajaritos por la noche; las chinchillas que pasaban.
      Sintió que debía tomar decisiones abismales. Que debía soltarse.
      Pronto recuperó la cordura. Agarró la guitarra, miro el paisaje con diez pinos;
      aquella casa donde su amada esperaba.  
      Y dejó suspender el tiempo, otra vez.  

lunes, 24 de septiembre de 2012



      Una tristeza difícil de galopar. Algo con lo que se afila el cuchillo que va a matar.
      La daga.
      La selva, su sombra errante.
      El castillo de tus hermanos chiriguanos chané.
      Guatará.
      Una raza que es de la tierra del yaguareté.
      Todos juntos hilando. 


martes, 28 de agosto de 2012


    
     Soñé en todos esos cariños que ya han pasado. En su tacto.
     En sus caricias apretadas sobre la piel.
     Soñé con el cachorrito de Rocco que murió a los 6 días de nacer.
     Soñé en verme educando.
     Y soñé en que eso no pase.
     La atracción de lo prohibido.
     Soñé que los rayos de sol matan las penas.
     Que en el invierno reflexionamos y usamos toda la líbido para amar.
     Que en el verano nos liberamos.
     Nos arrojamos al mar, nos retorcemos.
     Trepamos a la selva.
     Allá, soñé, allá. Creí que era yo, pero sólo era eso. 

lunes, 9 de julio de 2012

Desde Terapia


   Mientras, un cuento, reticulente, ubicuo, pero necesario.
   Como una mandíbula que sostiene un cuerpo.
   Bajando, en fibras infinitas, alimentadas por vías periféricas,
   de la laringe hasta el vientre.

   Con el peso se sostiene, pero con el alma existe.
   Existe porque ahora está en la cama mirando esas paredes blancas.
   Porque una enfermera lo atiende, lo mima, lo baña, lo limpia, le dice que todo va a estar bien;
   pero en la noche todos ríen desde sus salas con su salud intacta,  y el cuerpo se desgarra, y el alma existe.



 Relatos desde Terapia

    Al levantarme  me sentí todavía en los días de hospital. Las sábanas blancas entumeciendo los cuerpos, levitándolos hacia la vida desde el sufrimiento.
    Las saleas limpias y puras  me envolvían y me troquelaban en una textura dulcísima pero desarraigada; de hospital. Cuando vinieron mis abuelos con el bastón  y me apretaron la mano me sentí como en casa. Sólo queríamos verte. Siempre pensamos en vos. Y se fueron. También me vino a visitar el inglés después de una noche fisura. Al otro día volvía a Stokport, Southport, Scunthorpe, o Southampton. No sé, no le entendí. Pero me trajo un regalo que pronto lo usaré para una ocasión especial, como se debe.  El gringo con la cicatriz característica bordeándole el ojo izquierdo que tenía de herida de batalla, para mi sorpresa, estuvo casi una hora con ánimo de charla y con dejos de la resaca de la noche anterior. Nos dimos un apretón de manos y se fue. Nos volveremos a ver en cuatro meses. También vino el tío Raulito que me hacía reir que me dolían los puntos."Que marchen unos lomitos completos con cerveza Scout", decía. Cuán lejos estaba de eso, y aún así me reía.  A cada rato me inyectaban lacerantes dosis de Vancomisina y Pipertazo, extracciones de sangre, curaciones de la herida, Pervinox, gasas estériles, vómitos. 
    Creo que un día fue clave, pude sentir una sensación que nunca viví. Es algo raro, como valorar la propia vida, valorar el cuerpo, poder hablar, sentir, comer. Y después de ver a tantos  cirujanos, médicos, enfermeros, gente sana que te viene a ver, que pasa por los pasillos, que los escucha a la noche hablar de cualquier cosa, reirse a carcajadas, pasar caminando cantando una canción, pensás de otra forma, en la vida de los demás, en lo simple que sería luego de pasar por esa etapa de sufrimiento inmenso hacer algo que realmente te guste. La experiencia límite te hace un clic, definitivamente.
  Quería escribir esa sensación mientras estaba en terapia pero no tenía fuerzas, por eso la quise retener en la cabeza, en el sentimiento. El cuerpo ya lo va olvidando pero ansiaba ser en ese momento un simple y humilde músico que ande viajando, cumpliendo una profesión de rutina, hermosa, segura, que mantenga con amor fiel y sin desbordes de pasión ni aburrimiento. Subirse a un avión, descender, hacer la mística con los compañeros de grupo, salir, tocar, volver a empacar, subir de nuevo a un avión; mirar por la ventana. Volver a casa, ver a tu familia, a tus hijos, ver al perro, darles un abrazo y un cariño,  despedirme, volver a viajar. Tocar en un recóndito lugar acobijado ante miradas extrañas  y sacar la voz serena y misteriosa. Deslizar los dedos por las cuerdas firmes de la guitarra, cumplir la obligación, sorprender e irme. Se me vino a la mente la canción "El Surco", de Chabuca, interpretada por los Inti Illimani. Ese video. Esas giras. Ese baile.
  Nunca viajé en avión. Seguramente, en esas noches, mientras pensaba me surgían todas cosas que no hice o no se hacer y me daban ganas de hacerlas. Me resultaban sencillas si ya había sido un camino recorrido por otros. Si alguien lo hizo o lo hace ¿por qué yo no puedo?
   El clic cambió el tiempo y el espacio. Era una inmanencia hospitalaria, una nostalgia por el pasado y un querer salir a desbordar el afuera, el mundo.
Y en ese pasado recordé todas las experiencias límites, todo lo que sucedió y pudo haber pasado:

-  En escobar

  Recordé primero que nada los años de quinta. Aquella noche en el fondo columpiándonos velozmente en las hamacas con las cadenas que crujían a punto de quebrarse; el cerco de hiedras del vecino de al lado casi rozándonos las piernas.
 Creo que estaba con mi prima y mi hermano, o con mi prima sola, no me acuerdo. Sólo tengo la sensación fija, el susto impregnado en el cuerpo, la piel erizada y el miedo por la espalda. No sé que era, si un espíritu o un ladrón invisible, o un asesino o un violador disfrazado. Saltamos de la hamaca sin importar de rompernos las piernas y gritando corrimos desesperados mientras el viento del espanto nos soplaba la nuca, con la comodidad y displicencia de aquel que tiene su víctima asegurada. No sé si por mérito y destreza propia, o por morbosidad del perseguidor, luego de correr una cuadra llegamos a la puerta de madera de la casa, la abrimos y pegamos el portazo para cerrarla.  Por suerte había alguien adentro. Seguro que nos calmó el miedo. No me acuerdo nada después.
    Otra noche, hablando de historias de terror con las mellizas de al lado  (no sé si también estaban Iván y Manuela),  en esas noches de frío otoñal y con olor a leña en las calles, estábamos caminando, paseando. Hablamos del conocido caso del “Hombre de la bolsa”.  Luego de que se fueran el resto con Sebastián fuimos hasta la esquina y nos quedamos esperando ahí no sé qué cosa, quizá la muerte de la noche, la muerte del domingo y otra vez volver a la ciudad y a la escuela.  De pronto vimos que se acercaba la
 imágen idéntica que nos figurábamos en la cabeza: un hombre o una vieja encorbada con un bastón, toda enmantada y con una bolsa grande en la mano. Venía a cazar a los niños insolentes y aventureros de clase media. Salimos corriendo medio espantados y medio riéndonos con adrenalina a mil confirmando una de las míticas anécdotas Escobarences del Cazador. El misterioso caso de las quintas de Escobar (es un buen título para una novela de terror). Nos costó mucho volver a andar de noche, de ahí en más salíamos con las bicicletas.  Nos daban una protección entre cobarde y guerrera, como si fueran unas super armas motorizadas con cambios hasta treinta y escopetas doble cañón. Y sólo eran hierro fundido destartalado con pinturas verdes, violeta y naranjas oxidadas. Parecían una catramina.
 La verde era mi preferida. Me acuerdo que una vez mi papá me llevó con esa a dar un largo paseo por las quintas fronterizas, por los terrenos desconocidos. “Salir a andar”, sin rumbos claros. Yo iba en el asiento de hierro de atrás que tenía un almohadón naranja. Mi papá estaba en sandalias, me acuerdo. Llegamos a un punto del atardecer donde ya teníamos la sensación de estar perdidos  y desde las casas con la tranquera abierta nos miraban con cara de extranjeros. Se largó la lluvia torrencial y se venía la
 implacable tormenta y el anochecer. Los quinteros con su familia cerrando todo, los portones, los postigos, entrando los cajones de naranjas, de higos. Mi papá pedaleando
con mucha calma, como sabiendo que llegaríamos. La vuelta a mi me parecía eterna, y me sentía como en otro país, como en Perú, o en Colombia, escapando de los caminos
controlados por las fuerzas de las FARC. Sentí mucho miedo, los charcos que se aplastaban y me caían los pedazos de barro en la espalda, las llantas que se hundían en los surcos. Desde el asiento de atrás puse mis manos en las piernas del viejo para darle impulso y ayudarlo en la tracción para agilizar el andar. Él no lo creía necesario, hasta creo que le dio gracia y a la vez lo enterneció. Pero estoy seguro que en el fondo Gabriel tenía miedo.
 Pero eso nunca se transmite. Menos de un padre a un hijo.


- La tranquera, el salto y el caballo. La pierna ensangrentada.

    Pasábamos con las bicicletas por las quintas, encontramos una casa abandonada y decidimos ocuparla, por la tarde, por el verano. Trepamos la tranquera y empezamos a caminar tranquilos por la verja hasta el fondo donde se encontraba la casa. La puerta parecía media rota, con una medianera deshilachada, con el mosquitero en diagonal, destartalado, ya casi estábamos por llegar. Escucho que alguien grita “corramoooos!” , y ahí lo veo, con su manto enaltecido, con su cresta cortada al ras, con su estirpe de nobleza, el guardián renegrido y furioso dispuesto al relinche y al golope. Yo era uno de los más rápidos, pero casualmente, aquella vez era el  más cerca estaba de las fauces del animal. Corríamos desesperados y yo veía como todos ya estaban trepando la tranquera y yo ya me imaginaba bajo la herradura, con la estampa de sus vasos en mi cara, con la queratina toda ensangrentada. Corrí y corrí. Ya estaban todos del otro lado y me alentaban. El caballo guardían atrás al galope y relinchando. Pegué un salto atlético directo de tres metros hasta treparme a la tranquera. Me clavé todo el alambre en las manos, la sangre chorreaba y de la desesperación no dolía. Me quedó la pierna también enredada y ensangrentada. Me desenredé, pasé la otra pierna para el otro lado, después la otra y salté al vacío del pasto; a la pequeña acequia. Ahí me empasté y se secó la sangre y se puso del color de la tierra. Me quedé en el piso boca arriba mirando el cielo y los árboles por unos minutos mientras se calmaba mi corazón.
 El guardián quedó ahí parado con su cabellera victoriosa, manso junto a la tranquera. Agarramos las bicicletas y nos fuimos. El sueño de la casa tomada había terminado.


  -En Mendoza, en el rancho con los paisanos.   

  Esa noche fue mística, revolucionaria y empolvada de pobreza. Nos buscaron al cordobés y a mi en la sede central del movimiento, nos dijeron “es el cumpleaños de Ramón, hay asado y baile, acá nomás”. Subimos como refugiados de un motín directo a la chata, saltamos alegres a la parte trasera de la capota. Estaba húmedo pero ventoso, estaba más bien árido. La chata hizo su andar más o menos por 30 cuadras en la ruta desértica, y llegamos. Ya estaba la mesa servida, ya estaba un grupo de paisanos comiendo y bebiendo del gran banquete. Era un rancho, había una casa por la entrada principal y un caminito que llevaba al fondo donde estaba la mesa y el punto estratégico de la asadera. Entramos como dos extranjeros perdidos en el medio de la selva peruana. Unos changuitos correteaban alrededor nuestro mientras íbamos avanzando. Eran los hijos de los líderes de la agrupa, los ingenieros, los agrónomos, los que hacían de nexo entre el poder y el pueblo. Nos sentamos, comimos ensaladas de todo tipo, remolachas, zanahorias, chivito, pollo, carne. El vino estaba especialmente áspero y provocador. Entre cuentos y chistes, entre caras contagiosas y risueñas, entre sueños y venganzas, empezó a sonar una música; la puso un paisano con sombrero que al parecer también vivía ahí. “ Eh, que baile el cordobé, póngale cuarteto de su tierra che! Para el porteño también!” Y así que bailamos, como pudimos, entre risas y miedos.  Estaba relajado, yo disfrutaba del encuentro y de esa noche negra. Estábamos en remera, en vestidos ligeros todos bailando. Luego el paisano de sombrero a quien le apodé Don Segovia nos incitó a que bailáramos con dos mujercitas, dos paisanas que eran sus hermanas. Bailamos. Me acuerdo que entré a la casa con una de ellas, tenía el pelo castaño y me parecía dulcemente hermosa. Seleccionamos un cd, pusimos un chamamé y salimos afuera a bailar. Estaba con miedo, el cordobés y yo nos mirábamos como no entendiendo la situación. Él bailaba con la otra hermana; era más chica y de pelo castaño, igualmente hermosa. No entendíamos la señal.  Don Sevobia arengaba, incitaba, casi como que nos la hubiese traído del brazo. Nosotros bailábamos y sonreíamos, pero con fuerte compromiso y un temor al cuchillo, al palenque, a trenzarnos por traicionar la mística que no se dice pero se hace.
  Luego de bailar nos paramos al lado de un árbol de parras  y con la jóven de pelo castaño hablámos en tono poético e ideamos un futuro. Qué lindo si se cayeran estas hojas que ahora nos cubren, qué lindo si ahora empezara a llover tendido. Mientras, mirábamos el descampado aledaño al campo de Don Segovia. Sacábamos uvas verdes y pulposas del racimo y las masticábamos despacio, mientras seguía sonando la música y yo miraba sus labios. ”Ahh, re poético” dijo ella en ese tono de paisanada tan lindo y simple que me enamoró. Estaba especialmente estrellado y oscuro, muy oscuro. Pero esa luz tenue del cielo alcanzaba y sobraba.
  Fue un momento mágico, como ese espacio límite entre lo que está bien y lo que está mal. Los ingenieros y agrónomos ya miraban cansados y sin bromas desde la mesa. No me acuerdo como terminó todo, sólo que los de la agrupa pegaron el grito, dijeron que era hora de irse y saltamos de un golpe a la chata. Nos llevaron a la sede central y se fueron. Yo seguía viendo las estrellas mientras el ruido de la furgoneta rompía el silencio del desierto. Una vez en la sede, nos tiramos a con la bolsa de dormir al suelo. Y se apagó nuestro sueño con el viento fuerte y ruidoso recién levantado. Se levantó una tormenta. Nos echaba tierra y semillas de algarroba seca. Nos echaba vino y dos amores imposibles. 

jueves, 7 de junio de 2012

Los fuegos blancos


.  Sobre piedras socavadas, cuántas preguntas desde entonces.
  Alturas, que atrapaban infancias por arañar, los fuegos blancos, la técnica ancestral.
  Esperar lo que vendrá tiene sentido ahora como reflexionar
  sobre la historia y la filosofía, mirando el horizonte,
  sobre fogatas y tierras incendiadas.

  Una forma, un color, absorbiendo la mitad del cielo, se atraganta, se vuelve a formar,
  la línea de tu nariz y tus labios, empiezas a estornudar, un resoplo, te desnudas y vuelves a empezar,
  soñar con cambiar, soñar con estar con otro, con otra, te vuelves superficial, donde más marcas te gusta
  hacer y dejar, sobre los pisos de la buena juventud, la de siempre, la que será. Arrojas el cuerpo
   y cantas una canción.    

   La sangre siempre vuelve a reincidir sobre lo tibio. La forma de amedrentar el calor, el sabor de la encina.

viernes, 27 de abril de 2012

Anciar


 Dilaceraban los huesos y las carnes y las ponían a cubrir lo robusto.
Cuando los Griegos sabios, románticos, calculadores e ingenuos fueron devastados por los Romanos, 
el sentido de utilidad se instauró para siempre: la violación racional de la naturaleza.
Y mientras tanto en la boca del lobo con tetas y las bestias citadinas que se devinieron,
se forjaba el material blanco y rojizo sobre el pedestal de Occidente.  
El sacrificio de Antígonas, ahora, la pérdida de la pobreza. Luego, el prístino dolor del sabor subyugado 
de la muerte, tragada hacia el destierro que sería el futuro.
Pero esa categoría, el Argentino, el argénteo, la hada nupticia que se eleva sobre el tiempo; es algo desfasado que vuelve. 
Algo arraigado y tomado del hastío, secado, enjugado, servido de potranca en copa de vino nueva y gustosa; 
añeja literatura y siglos de historia posadas desde las barrancas hasta la cima de la burocracia.
Ahora nos sentamos sobre nosotros mismos y podemos construir algo. 
Ahora, y depende para quién, si para ellos o para nosotros, podemos ser. 
 Ya nada se ha apagado, ahora risas en las bocas presagian centenares de festejos y paciencia de ansiar lo factible. Lo conseguido en las laderas verdes, lo hecho en el cemento, lo hecho en La Pampa y lo Hecho en Buenos Aires.
 Ahora, una fuerza acorazada retumbando las higueras y la ideología.





¿Pero da lo mismo si ahora ellos no y nosotros sí? ¿ Si después ellos sí y nosotros no? Nadie quiere ser o querrá ser el máximo exponente. Lo van a derrumbar. Por eso el bloque. Por eso los grupos. Que sea para la 
 mayor cantidad si para todos no se puede. Pero que sea para los verdaderos, para los que quieren.

jueves, 26 de abril de 2012

Lo peor

. Lo peor de la vida eres tu.
  Lo peor de la vida es cuando la memoria se pierde, y son sólo ahora
 albatros dentro del fracaso, de cambiar el mundo.
 La peor mentira. La peor abstinencia. La peor droga.
  Lo peor de lo mejor.
 Lo dispuesto, lo constante. La intemperie.
  Extraño, yo que pensaba que esas rutinas, que se estaban limpiando el corazón,
 se incrustan; se incrustan en el alma. Como daga en el viento.
 Como lo peor del débil sueño.
  Lo peor de la vida son esos olvidos de memoria y amor. 
  Lo mejor de la vida; empezar.

lunes, 16 de abril de 2012

La cicatrización del viento.


  . El alma fraguada, los suspiros inquietos, las frazadas. Las campanas sonando.
  Una noche no es codicia, no es búsqueda absoluta, sino misterio fugaz.
  Hasta que el cuerpo se cansa, se rinde, se agalopa a la cama.
  ¿ nadie ha visto lo que inspira?  Ese elevamiento fortuito, el echarle vida a las cosas.
  ¿ nadie ha visto la interrupción de esa inspiración? El desagote, el freno, los miedos a las úlseras.
  ¿ nadie ha visto el momento punitivo? Esperar, sin pena, la muerte o la salvación.
  ¿ nadie se ha sentido móvil en la inmovilidad? Esas hojas que vuelan, los animales abatidos;
  cierta esperanza que crece. Procesar teorías y pensamientos para algún día poder arrojar.
  ¿ nadie cree que es necesario eso? Digo, que entonces basta de relatividad por el todo y por la nada.
  Una cierta sospecha se funda más allá de la crítica. Debería ser una búsqueda por el sentido.
  Esa es la tarea, la revolución. Esa es la dirección de las hormigas, esa es la memoria.


miércoles, 4 de abril de 2012

Un corte

.La superficialidad de lo arbóreo, impregnada en esa porción de torta de manzana azucarada.
 Los labios que no pueden tocarla, mis manos que se imaginan incrustándose. Los resabios amarillos de esa   tarde dorada.
  El olor a mantequilla y la llovizna de a trozos levitando en los pastizales.
  Las cadenas, las joyas de bijouterie descollándose de esas pieles arrugadas y bondadosas.
  El mojón de aquellos años grises, la apariencia de lo innombrable, lo inclaudicable.
  Construir conciencia.
  Vespertina, nupcial, de acordes infatigables que esperemos nunca olvidar.
  Un sonido extraño que rasga en la garganta.

viernes, 30 de marzo de 2012

Viernes



 Era de esas mañanas en las que quería escribir,  tenía ese ritmo, esa necesidad, pero las cosas de las que hablar no le parecían las correctas.
 Sentía una absurda despoetización de los objetos, de los materiales, de las personas; de los recuerdos, de la forma de hablar, de mirar. Como que todo estaba ya programado, rellenado con hormigón y no había más intersticios. Pensaba que por ahí le había agarrado la nostalgia, que se había vuelto una máquina oxidada; una más dentro de la maquinaria en la que ahora participaba. 
 Suena “The World is a ghetto”, de War,  mientras llega Dominga, mientras se morfa las dos tostadas. En realidad una tostada asi entre blandengue y costrosa, y la otra así como estaba, chirle, de hace dos días. Eso con el mate hacen una perfecta combustión. 
 En realidad no era tan difícil escribir. Sólo hay que encontrar un método. Y lo encontró: escribir cualquier pelotudez, pero todos los días. Todos los días algo.
   Hay como una vibración molecular que se despierta cuando uno agarra la constancia. Para todas las cosas se nos repite que se lo tiene que hacer todos los días: comer, cepillarse los dientes, trabajar, dormir, bañarse ¿qué más? ¿nada más no? Si uno pierde el ritmo ese, queda atrapado en la era de la boludez y se convierte en un paria, un marginal, un vago. Un boludo, y ahí es cuando se empieza a mirar la vida de los demás,
 que sí trabajan, que sí duermen, que sí se bañan, que miran la televisión; sí, los que hacen las cosas de todos los días, de esa forma recalculada y subsumida.
 Ahí, mientras tenía que esperar en su casa por un puto llamado de un posible laburo  y mientras tenía que esperar que llegue la SUBE, es cuando se acuerdaba de los sabandijas aquellos, de Nicanor, de Lorenzo, de Guadalupe, de Pipo, de Walter ¿Dónde mierda estarán? Esos sí que no encontraron el ritmo de todos los días ni nunca lo quisieron encontrar.
  Una vez mientras hacía un trámite de todos los días en una tarde de sol plomizo ya entrandas las tres del mediodía, había un olor a asado terrible en una cantina; pero ni loco le alcanzaba la plata y entró a la de al lado.Una tarde primaveral, tramitada, pizarrosa. Cayó a lo de “ Pepo”. Entró y lo vió. Ahí estaba Don Pepo  sonriente y gracioso, festivo, acotando frases intrascendentes  que hasta daban tristeza y compasión. Parecía que iba a explotar en cualquier momento, o a derramar todas juntas y a borbotones las lágrimas de anchoas; que se iba a poner las manos sobre la frente, que iba a seguir llorando, y que iba a descolgarse el delantal blanco manchado de tuco y fainá, y después  de veinticinco años, como decía el cartel de la entrada, le iba a decir a María: “ tomá, hacete cargo”.Y él se me imaginaba a Pipo en vez de a Don Pepo.
   Le pareció atroz. Le pareció desgarrador. Le pareció que entonces Pipo hizo bien en no seguir las cosas de todos los días.  Porque además, en las cosas que nos dicen que son de todos los días no incluyen comer pizza todos los días. Entonces a priori, Pepo la hizo doblemente mal.
 Quién sabe dónde estaría Pipo ahora, con su zurda habilidosa, con su vicios de mordaza ya de pibe, empalando en cualquier plaza. Quizá haya terminado en Olmos.
  Quizá tenga una pizzería en algún lugar de Ecuador, en Montañita, que atienda sólo los Sábados, Domingos y feriados, que atienda en chancletas y musculosas, o camisas hawaianas con olor a sal y aguas marinas. 

jueves, 22 de marzo de 2012

Jueves

  En su figura herética, de rostro cansado, de sol adentro, encontró una fórmula que olía a canción de desayuno; de esas que te definen el día. De esas que escuchás la traslación a mil leguas de distancia, que en cualquier lugar se perfila igual.
Y de eso de trataba: de bailar con el viento para secar el ayer.   

 Una fuerza a tracción y solapada metiéndose en el enjambre hacía sospechar cualquier similitud con la realidad. Es que cuando Irene se calzaba los guantes le pegaba a todos. Quedaban como harapos desteñidos y sandías agujereadas después del asado del domingo.
 Pero bueno, en definitiva, ese era un enano de probeta, y el otro flaco, ese Juan, era una palmera con shorts ridículos que usaba haciéndose el Indie pero olían a queso de potranca. Me escapé para ver qué pasaba allá afuera.

   Una escena muy noble y muy tierna se apareció en esa tarde otoñal mientras mi espalda reposaba en la palmera en medio del parque. Todavía se sentía el olor a pasto cortado; los puñados frescos desparramados por las cortaderas y los cardales secos desplomados desde la colina. Las cotorras que se peleaban subidas a la baranda donde estaba la plaza con las hamacas y las abuelas suspiraban efervecientes de ternura: “arriba…y abajo; arriba…y abajo”. Las canciones de Xuxa o Piñón fijo, o en le mejor de los casos de Vivitos y Coleando, sonaban bajitas pero contundentes esparciendo a todo el parque ese eco de niñez sangrante.
   Me cae una pelotita de esas de avellana en la pierna. Miro para el costado y nada. Espero. Luego siento el ruido de algo que se parte y me cae otra en la pierna que faltaba. Miro para arriba  y había un pajarito como burlándose de mi.  Luego veo la escena: pasa un perro marrón grisáceo sin una pata trasera lo más alegre; caminaba y trotaba, hasta intentaba correr. En un momento encuentra un espacio de sesenta grados de sol ya menguante y se echa ahí al pasto panza arriba a rodar para un lado y para el otro. Se levanta rápido, saca la lengua de felicidad y se pone en un segundo junto a su dueño, lo mira, y cuando el hombre da el primer paso hacia atrás para volver en dirección al hogar, el animal lo sigue como hijo pródigo.
    Parecía a propósito, midiendo instintivamente la diagonal del rayo de sol glaseado, otoñal, de esos que se condensan en todo el cuerpo de tanto esperarlo, que calientan salvadores ante  la brisa tendida; de esos que vuelven tras una larga ausencia cual jinete exaltado, cocinando al rescoldo la piel, los pies, los ojos.
 Al mejor estilo Bataille, sin dudas, ese galgo había sacrificado su parte maldita para adquirir la soberanía absoluta.
 Jadeante, chorreante de transpiración babosa, firme y pura, ese perro me miró como hijo pródigo.  

lunes, 12 de marzo de 2012

Lunes


 Todavía esos dedos temblaban en esas manos.
Todavía la risa esperaba esa boca. Circulante y magenta, de bosques lejanos. De fantasías aledañas.  Todavía una ondulación del pelo rozando la cara hacia el cielo mientras se cosechaba la esperanza,
 acorde a un sueño prismático.
Todavía no tenían nada que recordar porque se levantaron cuando la tormenta negra y roja ya había  pasado. Sólo quedaba devastación.
 Sólo quedaban en sus oídos el chillar de las persianas, las bocanadas entrando por las rejillas y golpeando  pla, pla, pla.
Algunas ruedas mojadas  rompiendo lo grumoso y lo brillante del asfalto. Todavía quedaba eso.
 Quizás ahora el momento de preparar el desayuno y después el día. 

  El color cambiante, lo amasado sobre la superficie. Los huecos donde aparecía lo delirante 
  y el momento de despertar.
  O el instante sin compás; el fuerte impacto del ruido entrando al tímpano sin reacción
  como el portazo cerca del oído y después vacío absoluto.
  Como cuando el hambre se va después de no haber comido y soportar.
  Como cuando se esfuma el último olor del incienso maduro.
  Como cuando se va la siesta colorada.

lunes, 5 de marzo de 2012

  Me senté en la noche antes de  que sea tarde.
  Me senté en la noche; pero algunas personas nunca cambian.
  Me senté para robarle la mirada.
  Me senté para enjuiciar su juicio, pero no valía nada.
  Me senté de remordimiento.
  Bronca lasciva de ojos en montañas.
  Me senté porque ellos esperaban eso, y luego volverían por más.
  Y ahora estoy.
  Disfrutando del silencio,
 mientras la puñalada siempre tenderá su juicio.
  Pero algunas personas nunca cambian.
  Educadores. Educandos. 

miércoles, 29 de febrero de 2012

Si volviera.



  Si volviera, pensaría que nada de esto sirvió. Que te tragó la sombra. Que acudiste insomnio vespertino,
 o al endulzamiento de algún tema de Miles, no sé. Como lo solías hacer. Engañarnos. Pedirle prestada plata a mamá  ¿prestada o prestado? Las llaves, esas llaves unísonas, plateadas, con agujeritos. De esas importantes como de Embajadas.
¿Te acordás? Los zapatos, los suéter de lana. Las alpargatas. La risa de almíbar.  
 A veces pienso en la imposibilidad de contar una historia. La redundancia del tiempo, los ritmos. Los diferentes niveles de colores;
 la sobre abundancia ¿La sobre explotación? ¿Quién paga la crisis? ¿Quién paga las oportunidades? 
 Si tuvimos las ideas justas en los momentos justos. Si tuvimos la paz que supimos conseguir.
 Si nos rebelamos porque teníamos corazón; pero nos dormimos ¿Porque nadie nos acompañó?
 ¿Cuál sería ahora el miedo?¿Cuál sería para que ahora volviera ella que la tragó la sombra, que la envolvió de lucha ciega, para ahora volver?
 Sí.
Con otros rebaños sobre sus brazos, ¿con otra sonrisa? 
Sin ningún líder más que su espíritu resoplando por  el pecho y por la espalda. Con leves ademanes y con  fructíferos pasos. Con otras alpargatas. 
 En diferentes moradas; sin tiempo.

martes, 28 de febrero de 2012

.  Soñé que la soledad era libertaria. Que la contradicción era la verdad.
 Que la sustancia era lo insalvable en la esencia ligera.
 Que los músculos caminarían de alegría,
  y que los pensamientos se resolverían en tardes plenas de mate y sol.
  Los desvíos y los prejuicios propios de la postmodernidad tendrían
  que regocijarse de felicidad al encontrar gente obsesiva en la posibilidad de libertad.
  La posibilidad, y no la probabilidad.
  Las certezas incrustadas en el alma. Los ojos brillosos.
   El cuerpo radiante y natural.
  Mis abuelos hamacándose en el río, contando sólo rumores.
  Olvidando la obligación de la constancia laboral.
  Las hojas cayendo, cambiando de color, germinándose por el azar.

 Y después, todos, con nuestro material humano intacto,
 sin guiarnos por ningún valor que sea impuesto,
 acaudalaríamos fuerzas e iríamos al mar.
 Las fragancias, las crestas, los camarones y las virutas.
 Las estrellas condensadas subsumiendo día a día el espíritu del ser.

martes, 21 de febrero de 2012

 De una forma melodramática y carnal, la música se subleva siempre de la misma forma: va y vuelve en una relación voraz.
 Los sepulcros se liberan, la liviandad se rigidiza, los elementos estables se golpean; se desordenan por la trasmisión espontanea de energía.

  El melón se acaricia la rodaja, se envuelve en el mantel, perfuma la cocina e inunda todas las dimensiones de la casa con su color verde desierto y jugoso.
 De nuevo las cosas con su rudimental apariencia naturalizan lo radical, lo descollante, el  temor, y afilan el ojo antes que entre la nueva luz; 
como la respuesta antes que la pregunta. 
  Mientras tanto, un ser de ocho almas aparece hoy en esta tormenta, me inquieta en la cama, me deja ciego y me invita al destierro.
Pudo un poco más la sangre caliente que se subyugaba como impidiendo la muerte sin gloria alguna.
  El morir de pájaros hace que Rocco y Cósimo todavía jueguen con su instinto, que se rocen sin morderse, que duerman la siesta, 
y que traigan huesos y vísceras tibios para la cena.

lunes, 13 de febrero de 2012

        


 Una hermosa mariposa, su exacta decoloración.
 Se ensancha y mueve su posible hueco en el aire.
 Pasa rozando mis dedos del pie, luego el rostro.
 Se aquieta en la baldosa borravino, me sobrevuela la cara.

 Me hace aquietar esta tarde.
 Sentirme dentro de ese vuelo naranja y esa independencia del vacío.
 Me voy hacia sombras y ramas.                     

martes, 31 de enero de 2012

Viajábamos, por distintos lugares, interminables, de ida al sol, a la vuelta con la sombra. O al revés.


 Inevitablemente la luz se irá rasgando, con latidos fuertes y tenaces.
 Los azules naranjas en donde se desplomaba aquella mañana hacía recordar la ferocidad de la paz.
 La panza colmada de felicidad hasta las entrañas, inquietándose a cada rayo de sol.


 Como merma la esperanza, el suelo se desintegra en el corazón marchito de los cuerpos  sudados.
  Las lagunas y los álamos que se envician de fuegos y cataratas, de estrujar y de expandir, de herir y de sanar.
  Algo va a pasar. Cuando los desatinos de las horas reclamadas se lleven la mirada hacia el horizonte sin ninguna vuelta atrás.
  Como una ola que tape el cielo.


  Debió levantar los párpados y volver a caer. La escena desde la distancia se veía opaca y fría.
  El rayo como silencio por la espalda y una abrumadora burla que se estrujaba por el pecho hacia un encuentro discontinuo.
  Pensó en tomar el té, mojar la galletita de limón en la oscuridad caliente y borravino , y mientras los estruendos seguían allá afuera,
  con la ventana abierta escribir el dolor que lo haga dormir.

lunes, 9 de enero de 2012

San Miguel

 Volando regresaban a un estado superlativo de la memoria.
 Como en un compás rítmico preciso en lo cromático, del tiempo y los colores.
 Lavan sobre los colores de la paz, innumerables exactos procesos.

 De los olores a menta y a garzas que eructan sobre los techos de los árboles se encuentra un pescadito, dorado en su tamaño, que revolotea entre las aguas del lago de San Miguel del  Monte.

 El galgo que nos acompañaba se llamaba…

Frescas

 Hay garzas morenas entre los frescos de maizales, allá por el lago.
 En los febreros de la siembra, se planta y se crece un Algibe, fruto de la raiz del
 Vientre de su encía.

Le molestaba, se la quería quitar. Luego se arrepintió y mostró cara de desagrado en cada circunstancia que así lo requería.


 Oscilantes las ametralladoras de lo horroroso, se encarnaban en la noche.
 Muertes y más truenos, y truenos desequilibrantes.