. Soñé que la soledad era libertaria. Que la contradicción era la verdad.
Que la sustancia era lo insalvable en la esencia ligera.
Que los músculos caminarían de alegría,
y que los pensamientos se resolverían en tardes plenas de mate y sol.
Los desvíos y los prejuicios propios de la postmodernidad tendrían
que regocijarse de felicidad al encontrar gente obsesiva en la posibilidad de libertad.
La posibilidad, y no la probabilidad.
Las certezas incrustadas en el alma. Los ojos brillosos.
El cuerpo radiante y natural.
Mis abuelos hamacándose en el río, contando sólo rumores.
Olvidando la obligación de la constancia laboral.
Las hojas cayendo, cambiando de color, germinándose por el azar.
Y después, todos, con nuestro material humano intacto,
sin guiarnos por ningún valor que sea impuesto,
acaudalaríamos fuerzas e iríamos al mar.
Las fragancias, las crestas, los camarones y las virutas.
Las estrellas condensadas subsumiendo día a día el espíritu del ser.
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