martes, 28 de febrero de 2012

.  Soñé que la soledad era libertaria. Que la contradicción era la verdad.
 Que la sustancia era lo insalvable en la esencia ligera.
 Que los músculos caminarían de alegría,
  y que los pensamientos se resolverían en tardes plenas de mate y sol.
  Los desvíos y los prejuicios propios de la postmodernidad tendrían
  que regocijarse de felicidad al encontrar gente obsesiva en la posibilidad de libertad.
  La posibilidad, y no la probabilidad.
  Las certezas incrustadas en el alma. Los ojos brillosos.
   El cuerpo radiante y natural.
  Mis abuelos hamacándose en el río, contando sólo rumores.
  Olvidando la obligación de la constancia laboral.
  Las hojas cayendo, cambiando de color, germinándose por el azar.

 Y después, todos, con nuestro material humano intacto,
 sin guiarnos por ningún valor que sea impuesto,
 acaudalaríamos fuerzas e iríamos al mar.
 Las fragancias, las crestas, los camarones y las virutas.
 Las estrellas condensadas subsumiendo día a día el espíritu del ser.

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