lunes, 19 de diciembre de 2011

Arazias en el fondo del linaje, desembocando en las montañas perdidas, por los colores de los laberintos.
 La letanía intacta que acariciaba los cielos del silencio, allá por la bravura del Camposanto, donde se enrojecen las viñas por añejas
 y donde los gauchos dejan su impronta en los ejes de la justicia.
 Trasladadas ahora las viejas guardias, los viejos remansos de aquellos que a trastes prolijos han sacrificado rebaños,
 un mar hondo de silencios con jugosas esperanzas consuelan las noches trémulas de misterio.
  Pero han hecho bien ellos que se han ido, que han abandonado.

lunes, 12 de diciembre de 2011

  Perdido por la nostalgia de la trascendencia,
  en la que el pueblo hizo sus matrices culturales a base de un bloque de poder,
  la fuerza en la batalla por lo popular se absorbió pero puede refulgir
  en el fuero interno de cada momento.


 Y ahí fue cuando se redujo, bonito que cantas. Cuando apelmazó  su cuerpo en
 sin fin de cueros bailando con vegetales de la elegancia.  Cuántas noches, inolvidables aquellas que se volaban,
 como esperanza en la mano, como tierra volteada de minerales; gravedad  transformada en los intestinos.
 Déjala venir. Asume la influencia del latido sobre tu tiempo tranquilo
 y asegura el ritmo en la perfección de moverte.
 Ya no lo olvides, empieza por rastrearte, luego por secarte, luego por mojarte,
 ahora, cuando quieras, nada nos va a parar.
 Al menos la relatividad , al menos lo sin fondo, al menos el vacío o la desintegración.
 Al menos las palabras gastadas,
 una pierna que respira.


 Y ahora la pregunta que se instala en la punta de la lengua.
 Afilada dispara, toda descontextualizada, toda asegurada. Trocitos de madera.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Fantasmas en la noche

  Ese hombre contemplaba desesperanzado,
  la frescura de la noche en la palma de la mano.

 Aquella madrugada, a la 1:30am, un solapado sueño con rostro de fantasma vino a buscarme. La luz tenue del cuarto y el silencio abismal teñían de ingenuidad aquel cuarto, mi cama. Las sábanas desplazadas olían a frescura de verano.  Pero esa noche realmente sentí que me moría.
   El sueño me fue chupando como la muerte que viene a buscar lo que es suyo. Mi cuerpo inmóvil en el costado izquierdo de la cama no podía luchar contra esa fuerza succionadora que me anclaba en la conciencia , y me desfiguraba el rostro, y me rompía los huesos. La sequedad en la boca, la lengua para afuera, la garganta que se abría. La imagen en el centro de la mente con la certeza de que aquella figura entraría por la puerta de la terraza, contigua al cuarto, con la puerta abierta para el final del acto. Que descendería cual  jinete de su caballo y cortaría cabeza como rebanada, en el instante justo antes que de las brasas del infierno desciendan mi cuerpo hacia el vacío.Dos muertes me atacaban, la muerte sobre la muerte.
  La imagen fija, yo seco, desesperado ante cada segundo milimétrico que pasaba reducido cada vez más mientras el fantasma  por la puerta, por las ventanas, se esparcía entre el polvo y el viento feroz de la noche. Sin embargo el vendaval ya había pasado la noche anterior y sólo corría la brisa. 
 Recuerdo un solo pedido de auxilio, casi inservible, casi desesperado: Luqui!!!
 Un segundo de conciencia y pude… sólo un pensamiento. Sólo un acto de conciencia o un microsegundo que me alzó de la profundidad. Sólo un acto de un músculo. Quizá un tendón. Quizá una célula de glifosato que reaccionó. Quizá las entrañas.
 Pero lo que me salvó fue tener un sueño dentro de un sueño. Un cuento dentro de un cuento. Quizá una enseñanza. La nostalgiosa siempre engaña, pero en cuestiones de raíces ancla el corazón y el alma hasta en el más hondo subsuelo del inconsciente.
 Luqui de niño me había dicho un día luego de contarle que sufría por pesadillas :
“Es simple, sólo pensá en ese momento que vos podés vencerlo. Qué vos podés controlar el sueño. De alguna manera, lo podés controlar y lo cortás cuando querés”.
 No sé si era un sueño o qué, pero aquella noche realmente vinieron los fantasmas para el juicio final. Para saciar el alma de mi cuerpo que se hundía súbitamente, trozo a trozo.  Pero aquel anhelo de respirar, sólo el recuerdo de un consejo salvó la muerte sin sentido.