miércoles, 28 de septiembre de 2011


.  Una línea chorreando por el rostro.
 Que nadie me mire el corazón.
 La estrepitosa voltereta de los sin nada,
 acumulando nubes en la desalineada gravedad.

 Mucha tierra, poco cielo? Mucho cielo poca tierra?
 Fantasía en los nubarrones, golpes y palos sobre las veredas.
 El amor inquieto, ultrajando el vientre,
 somnoliento entre mordazas de desayuno.

 El sexo como escapatoria.
 La última palabra, cuando el beso se cerró.
 La canción desesperada, en el día de primavera.
 Las oportunidades.

  Bailar con el viento, para secar el ayer.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La Cantina



El otro día me encontré a Héctor en la cantina, como le llama al bar de la Facultad de Sociales, sede Marcelo T.de Alvear 2230. Todavía recordaba, yo pensaba que no. Yo  estaba en la mesa del fondo haciendo tiempo para una reunión, y observándolo a ver si me reconocía:  y le eschucho “Serrat, Serrat, Serrat”. Voy y lo saludo.
 - ¿Cómo andás Héctor?
 - “Serrat, te acordás aquella mañana que limpiamo la cantina? Cerramos las puertas con cañaveral. Nunca más se te vio por acá.”
 - Sí. Estuve ocupado Héctor. ( y se me viene a la memoria aquel día, hago una leve sonrisa)
 - ¿Querés un poco de zandía?
  Efectivamente Héctor estaba tomando te caliente de zandía. Estaba rico: “me la trajeron unos amigos, de los campos”.
  Cuando uno está enfermo recuerda a personas como Héctor, que elijen estarlo, que saben que no hay vuelta atrás, pero que son los mejores administradores del tiempo y de la memoria. Él es el que más resiste. Sin embargo nosotros pensamos que así está bien, que es un tipo macanudo, gracioso, melancólico, pero a la vez un asesino en potencia. Lo traicionaron mil veces, sin embargo mantiene la frescura. Lo enigmático. No saber cómo reaccionar. Que no lo usen.
 Le pregunto a propósito:
- ¿Dónde estás durmiendo ahora Héctor?
- Acá, acá al lado. Se había planeado una casa cibernética, pero no funcionó.
  Claro, me digo por dentro. Le han hecho un mural y le han dejado su espíritu por ahí, en la intemperie. Los no docentes de la facultad no lo quieren, suena lógico ¿ Pero qué tanto, estuvo desde siempre, por qué no hacerle una casa lindera? Como muchas otras lacras lo han hecho, y no le llegan ni a los talones.
 Gritó luego mientras la fila de estudiantes recién saliditos de cursar se impacientaban por un café con leche con medialunas: “¡Claroo, claro, fila de tendedores del tiempo, hacen fila desesperados, qué ganas de perder el tiempo!”
 Se queda un tiempo al lado de mi mesa, junto a la barra. Se queda en sus cosas.
Luego se lo ve arrastrando el colchón pulgoso y las frazadas. Abre la puerta. Sale de la cantina hacia el estacionamiento. Cierra la puerta.
 Se fue a dormir con el frío y la lluvia.
  Dicen que vivía feliz con su familia en Venezuela, los había convencido que se vengan desde Uruguay.
  Hubo un accidente.

chau



  De las entrañas sacó algo que le había estorbado hace tiempo.
  Pasó por su vorágine hasta la madurez de su cadalso. Lo miró como quien mira el atardecer.
  Apretujó los dientes, abalanzó la esperanza y camino rumbo perdido va.
  Sus familiares decían, sus hermanas comentaban, la abuela Rosita rezaba, cuándo, cuándo será aquél día.
  Llegó, puso todo el dinero sobre la mesa, descascaró una mandarina, chupó el jugo, sacó las semillas.
   Y luego devoró el flan con crema que había dejado Rosita sobre el mantel. Le dijo te quiero. Un gran abrazo y cargó su mochila con recuerdos.
  No llevaba cámara ¿ Para qué ?
  Allí en Caleta Oliva todos los instantes son mágicos. No hace falta guardar en el futuro la leyenda de todos los días.

miércoles, 7 de septiembre de 2011


  . Por estar abajo dentro del misterio,
  en su fluorescencia, vislumbró el poder dentro de la imaginación
  en la materia.

  Los elementos conformados se disgregaron en el vértice, se adhirieron
  en el color de sus ojos, inventaron teorías,
  se amaron,
  y volvieron a separarse.

   La libertad en su remordimiento
   dividió el agua con su pulseada feroz.
   Las moscas, los reptiles, seguían merodeando la paz.
   Mientras en el paño de lo oscuro de la mente,
   las ideas contrapuestas quieren volcar sus jugos en la mayor cantidad de mesas posibles.

   Sacó los atajos uno por uno, incrustó su perfume de lado a lado,
   destilando la locura hacia la realidad.
   Como una impiadosa amarra,
   alertando sobre las heridas del alma.

  Miré los párpados zigzagueantes. Estudié su radiografía.
  Confirmé que la rotura estaba en el inicio, y que salvarla
  implicaba asumir todo el amor necesario, pero con más tiempo.

   La horrorosa salvación vendría de la mano de recordar, volver a pasar por el corazón;
   las ondulaciones psicosomáticas derritiéndose.

   Acaso, acaso...
  ¿recordaría de ese modo? 

jueves, 1 de septiembre de 2011


Cuando las palabras arraigan. Cuando el sonido limpia.
Cuando se moja el aceite en mi boca y entre rúculas, espinaca y tomates cherrys  
 siento en la terraza como la noche respira.

 Hay asceto en ensaladas, repollos, perros ladrando y corriendo. Animales sueltos. Bestias de la noche.

  No hay que hacer más. Cualquier movimiento creería hacerlo bien, en cualquier lugar y espacio,
 con su justo pulso, mientras las horas no se dejan oscurecer.
 Mientras las paredes son frescas y crecen arremolinados los milagros en los pies, y en las manos,
  y me muevo bailando esta melodía lenta y rígida. En los zócalos, en las lonjas, y en las fibras.
 Aeroplano.
 Giro inevitable.
 Con estos músculos y estos tendones. Esta vibración.
 De un cerebro desarticulado. De un cuerpo uniéndose.


Una muerte que es como una palabra,
una carne desigual.
Un tiempo absoluto
que se ha perdido.

 No hay campos abiertos
 dentro del molde.
 En alguna parte,
 el sujeto tiene que ceder.

 Como el peso de la conciencia sobre el corazón.