Cuando las palabras arraigan. Cuando el sonido limpia.
Cuando se moja el aceite en mi boca y entre rúculas, espinaca y tomates cherrys
siento en la terraza como la noche respira.
Hay asceto en ensaladas, repollos, perros ladrando y corriendo. Animales sueltos. Bestias de la noche.
No hay que hacer más. Cualquier movimiento creería hacerlo bien, en cualquier lugar y espacio,
con su justo pulso, mientras las horas no se dejan oscurecer.
Mientras las paredes son frescas y crecen arremolinados los milagros en los pies, y en las manos,
y me muevo bailando esta melodía lenta y rígida. En los zócalos, en las lonjas, y en las fibras.
Aeroplano.
Giro inevitable.
Con estos músculos y estos tendones. Esta vibración.
De un cerebro desarticulado. De un cuerpo uniéndose.
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