domingo, 27 de marzo de 2011

una mañana





 El sol resplandece, y por las formas de las cortinas puedo adivinar que el sol aquieta y me hundo en el amanecer. Y salgo de un sueño profundo. Me hundo en la cama y salgo de un sueño profundo. Trato de ver el color del sol por las hojillas de la ventana; por los años que lleva la pintura en esa persiana blanca, gris, gastada. Escucho como en sonido ambiente el tejido que se arma allá afuera. Las orillas en las olas, la arena en el mar, el mar en mí. El océano gigante que se abre y me golpea el corazón. Mis brazos que se abren y reciben el día, aprecian la soledad de la compañía. Ese vacío en la cama.  Esos latidos por no ser.
 Encuentro el eje en mi esqueleto, y por sobre la espalda hago un primer esfuerzo para levantarme. Lobitos allá, Lobitos aquí. Donde me despierto debe estar genial. Lima, hermoso. Aquí en este pueblo perdido de pescadores de un solo muelle y de plataformas olvidadas de las milicias, con casas construidas y ocupadas veo que ese sol redondo se abre, y que la mañana tiene otro olor. Que ya veo las tablas, los niños y las mujeres correteando por la casa. Haciendo jugo de tamarindo y de piñas, cocinando las hierbas y las plantas para el desayuno; alimentándonos el alma estamos aquí.
 Veo que el pulso en la oreja izquierda es distinto que antes. Ahora paro en este segundo y quiero aquietar lo que escribo para que no sea un relevamiento del día y no algo real o fantástico.
 La poesía se pierde..
   Estos pestaños de la muerte son hierro cruel cuando quieren. Qué importa si allí o acá. Esa música eleva en esta mañana, que será tarde. Encuentro formas anquilosadas, deseos, colores y sonidos nunca sentidos por mi sensitiva. Cómo encontrar la experiencia del modo y no quedar atrapado como un insecto. Entonces es cuando me desperezo y estiro mis prolongaciones, y soy eso que no creía ser y me encuentro en diferentes diseños y niveles.
 Se abre la persiana del cuarto en donde me hospedo. La respiración de una delicada muchacha que respira con su aroma fresco y puro ante mi pecho.
  Dios, de donde sacas estas fibras y este aposento de felicidad, por encima de la belleza.
Los rayos de sol que contornean su figura y todo alrededor parecen colchones de formas que acomodan su imagen sensitiva en una sensación perfecta. Las luces asombradas, los sentimientos vivificados.
 Exhausto de la retórica del mundo inacabable, estoy seguro que me pierdo en este día. Estoy seguro que allí o acá sería igual.
 Que Buenos Aires o Lima es un punto del planeta como cualquier otro. Que los riachuelos no son playas de Trujillo o Puerto Chicama. Pero que estos podrían convertirse en riachuelos si no saboreamos el flujo asqueroso y horrible que sería. Si no sentimos alguna vez ese grito ahogado, ese pájaro en la voz muerto.
 En las sombras de la oscuridad, está la luz.
  
Ese día con Mariel estaba lleno de luz, y el ojo del huracán pasaba lento y bifurcado por lejanías que no se conocen.

sábado, 26 de marzo de 2011

Formas

Formas

 Cree sintagmas energéticos donde sentía la vida.
  La vida pasaba sufriéndola sin esperar más ¿de qué?
 De la vida, de sus campos de colores, de sus músicas sin imágenes.
 El latir puro.
 Cuando apareciste, dolió la derrota.
 Si se habían muerto las ideologías, y habías naufragado entre mil peces
 ¿ por qué cambiaste ese cielo absoluto?
Aprendíamos de quererte. De sentirte entre los milagros.
 De los rayos que absorbías y que secabas. Con los brazos al sol.
Chupando oxígeno de cientos de colores, golpeando los martillos en las puertas;
 en los cuerpos y en las piernas rotas.
 En esas venas de los hemisferios que obstaculizaban la razón.
¿dejaste de ser para volverte pan blando y amasable,
acaso tan delgada  para ser inquebrantable?
Tu no puedes. Simplemente no puedes hacer eso.
 Por eso no fue tan descortés la forma de despedirte del mundo.
Sucedió así:
 sobre la última almohada redujo su cuerpo hasta la pared continua,
y antes que la sangre o algo brotara del destino para atravesar su alma,
 volvió hacia la pared lo poco que quedaba de su rostro.

No es posible el raconto.

Mi mente no paró de pensar desde que me despedí de los Zendoa, allá en San Cosme y San Damian hasta Encarnación.
  El reducto de la energía era absorbida por el viento fresco, las manzanas de tierras coloradas, y las zandías rojas en tardes amarillas.
  Se que tenía cientos de palabras grabadas en la memoria, que quería recordar para la trama del relato; pero muchas ahora se me olvidan. Será que el instante de silencio, que la paz encarnada en los movimientos del día no puede ser simple réplica. La historia como una cronología se empeña en repetirse como un diario de un viaje, día por día, momento por momento. Pero el acontecimiento escapa a nuestra razón, a nuestro puño y a nuestras letras.
  Hay que vivirlo. Hacer una fotogalería en el expediente de la rutina es algo sin sentido para aquellas manos y esos pies que la hacen todos los días. El alma turbada en esas fatigas y en esos raptos de felicidad no puede expandirse para ser relatada. Sólo se tiene que observar. Y que queden esas personas y esas tierras impregnadas en la sangre. Que el corazón y los ojos se limiten a escuchar y actuar. A sentir el instante.

   Siento que la codicia de la felicidad es una trama tan difícil de apretar que sólo viviéndola en la rutina se la puede vivir sin ser sufrida.
 
 La mandioca, la acerola, el cacu, las uvas y las naranjas que mataban el hambre. Una música en aquél alero de paja, con techo a dos aguas y la lenta revelación de que los días morían allí como el pasto en el sol cruel de enero.
  Las lluvias goteaban de vez en cuando, casi todos los días. Pero sin profundidad. Sin mojar la tierra para secar la sed y mojar la garganta.
  Hay una hamaca paraguaya para alivianar al cuerpo luego de una jornada de hacer nada. Hay un viento fresco que mece como lengua de diablo. Como lágrimas de Virgen.
 
- “GOL  DE PARAGUAYY!” Le dice Abuela Aurora a Milton, un rubiecillo inquieto con ojos celestes.
  “INDIO BLANCO SOS ” Piensa Aurora en voz alta. La escucho. Me rio. Saco una fotografía. Se ríen, Aurora, Milton y Lady.

jueves, 24 de marzo de 2011

Un comienzo


La sangre, Hilario Fernández. El cuchillo y la honda. La brisa en esta lluvia me recordaba el manantial. Esa fisura ausente, de la mujer de Hilario, allá en los campos, tomándose unos verdes. Me acerqué despacio para asimilarme al pulso del viento, el hogar estaba caliente, recién terminaban de comer. Con esa amargura con la que se espera lo dulce del postre. Ahí entré.
 Me ofrecieron un vino fuerte, de la casa. El perro, Payaso, merodeaba con su hocico mis piernas, como harapos de montañas, de cierras y lagunas curtidas hace años; con ese olor cansino tan perteneciente. No podía desprenderse de mi piel.  Una patada certera de Hilario en el cuello lo hizo aullar,  y apartarse rápido bajo la salamandra.
 - Y bien ¿ A qué has venido tu?

domingo, 13 de marzo de 2011

Qué

Qué las mágicas porcelanas, qué las runas, qué los vientres. Que el Dios qué.
 Que camino entre espaldas y las levanto, que me sacuden. Que acaricio. Mueves sendas
  y formas del espacio, aborígenes de nuestra entraña, energía divina. Sal de la vida. ¿Moriremos juntos?
  Acá las víctimas siempre son inocentes. Y los vientos soplan fuertes. Los rostros no se mueven. Se cuartean. Que camino, que atajo, que me muevo entre tus brazos.
  Que resoplón y alenguado, bajo la falda, y entre el costado.
 Que formas y colores. Que sangre en el aire. Que energía entre tus callos.
  ¿Vicuñas? ¿Has nacido? De qué partes, qué lugares.
 Por siempre. En el aire. Qué momentos, qué espectros. Qué imperioso destino. Mil ramificaciones. Mil uñas. Mil sustancias. Qué envuelves. Qué perfuma. Qué rosa. Qué mosqueta y qué animales. Qué azaeres y qué salinas.
  Ahora me muevo entre tus brazos y no sé que soy, ahora te envuelves en mi origen y voy hacia vos. Como cuerda infinita, como aletargada, como reluciente y brillante. Te ato la lengua y me prendo en tu pelo, en tus renegridos agujeros. En tu hueco, en tu espasmo. En tu muerte.
 Estamos todos. Me ves y te veo. Encuentro el hilo. Encuentro a mis padres y encuentro el hastío y la levedad. Encuentro las cumbres y los deseos. Me muevo entre ellos, pero me estoy en tu mirada. Encuentro el tono y la voz, el cuenco en el que te beberé. Los pies y la tierra en las que me arrodillo. Los pozos.  Los pasos. Ese paso, ya lo daré.
 Y si hay ternura, es porque estoy en la frescura de la realidad. Porque no te he encontrado todavía. Porque los arpegios todavía resuenan. Porque los cueros y los parches. Porque la estampa. Porque la soberanía. Porque la Patagonia y los vientos. Porque las planicies y la intemperie. Porque retumba el pecho y se quiebra.
Porque no pertenezco al odio de mi mismo ni de ti. Aquí gobierna el aire y la brisa.
 El recuerdo del mar. Lloro y miro el mar.


 Y me libero de la creciente. Para no depender. Me muestro noble y amable ante la sensibilidad. Pero clava hondo el puñal.