viernes, 27 de abril de 2012

Anciar


 Dilaceraban los huesos y las carnes y las ponían a cubrir lo robusto.
Cuando los Griegos sabios, románticos, calculadores e ingenuos fueron devastados por los Romanos, 
el sentido de utilidad se instauró para siempre: la violación racional de la naturaleza.
Y mientras tanto en la boca del lobo con tetas y las bestias citadinas que se devinieron,
se forjaba el material blanco y rojizo sobre el pedestal de Occidente.  
El sacrificio de Antígonas, ahora, la pérdida de la pobreza. Luego, el prístino dolor del sabor subyugado 
de la muerte, tragada hacia el destierro que sería el futuro.
Pero esa categoría, el Argentino, el argénteo, la hada nupticia que se eleva sobre el tiempo; es algo desfasado que vuelve. 
Algo arraigado y tomado del hastío, secado, enjugado, servido de potranca en copa de vino nueva y gustosa; 
añeja literatura y siglos de historia posadas desde las barrancas hasta la cima de la burocracia.
Ahora nos sentamos sobre nosotros mismos y podemos construir algo. 
Ahora, y depende para quién, si para ellos o para nosotros, podemos ser. 
 Ya nada se ha apagado, ahora risas en las bocas presagian centenares de festejos y paciencia de ansiar lo factible. Lo conseguido en las laderas verdes, lo hecho en el cemento, lo hecho en La Pampa y lo Hecho en Buenos Aires.
 Ahora, una fuerza acorazada retumbando las higueras y la ideología.





¿Pero da lo mismo si ahora ellos no y nosotros sí? ¿ Si después ellos sí y nosotros no? Nadie quiere ser o querrá ser el máximo exponente. Lo van a derrumbar. Por eso el bloque. Por eso los grupos. Que sea para la 
 mayor cantidad si para todos no se puede. Pero que sea para los verdaderos, para los que quieren.

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