domingo, 5 de junio de 2011

Aquel

  
Volcable en su mirada,
 bajo el agudo tenaz acompasado
 y  abrumador de una milonga de arrabal;
 su consistencia, que se mueve
ahora bajo el humo espeso y las perlas maquilladas.

 Los pasos, ahora en soldadas baldosas,
se trenzan en las manos ansiadas, en los brazos en las caderas,
de las caderas,
de acá, para allá.

¿Qué tiene esa decadencia tan enamoradiza,
 qué tiene esa lamentable y voluble realidad de aquél espectro?
Esa mejilla ruborizada,
cabeza abajo.
La  corazonada que se emerge
de la primera impresión.

 No se puede escribir con música
 con tanta sangre en las entrañas.
 ¿se puede enamorar con música?
 ¿sí? ¿cómo?
 Allí, los tacones,  aquél organito
 dejaba una esencia traslúcida sobre la pollera,
 sobre un hospicio, 
 en un aquietamiento lunar.

 En alguna ausencia
 de un latido
que apareció, que se sabe,
que ha de volver.

Sótano oscuro,
donde nace el corazón;
en una mañana soleada,

mientras le nacen violines,
desde el fondo de los párpados

sobre las ojeras ennegrecidas,
en las rajaduras de su rostro.

“Aquel que un domingo,
Bailando en un tango,
lo dijo bajito
me muero por voz”

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