Héctor |
Siento que estas dos personas nos entendíamos. Que allí no era un loco ni un cuerdo. Que allí el no era él y yo no era yo. La locura eramos los dos, y todos. Cómo entiendo entonces cada palabra, cada gesto, cada lectura de los movimientos. Cómo escucho lo que él escucha. Cómo hacemos chistes. Cómo reímos. A carcajadas. A locura.
A ataduras insostenibles. A ataduras del alma. A bla bla bla bla bla bla bla bla.
A oscuridad de la sombra, o a cumbre de la luz
Sí, claro, bárbaro, quedamo así.
O ah… entiendo… traidores de la nuca.
Se fue porque no le queda otra, se repetía. Se ovnibulaba. Se creía. Se espantaba.
Se fue porque se veía volcándose. Se fue por Héctor y las montañas, por esas cimas hexagonales derrumbándose. Por los líquenes de batracio. Por Mendoza. (MendozaAAAA! gritó un día )
Cuando lo vi no lo podía creer, cual Quijote. Qué fuerza del destino. Qué improperio.
Y pensar que traía pájaros en la cabeza, energías del más allá.
Cuando lo vi no lo podía creer, cual Quijote. Qué fuerza del destino. Qué improperio.
Y pensar que traía pájaros en la cabeza, energías del más allá.
Qué ganas de tener la viva voz.
Vuelven a la memoria... las puntas del deseo.
Vuelven a la memoria... las puntas del deseo.
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