martes, 12 de abril de 2011

Las puntas del deseo

Héctor


 No es nada alegre ni tampoco triste saber que uno permanece en vigilia toda una noche entera con un loco de remate ¿Está loco?¿Es posible permanecer horas y pico al lado de ese loco, limpiando, barriendo, ordenando un bar de 6 a 8 de la mañana, totalmente descontrolado por una fiesta interminable y agotadora, con las roturas y las lesiones y la hermosura y la tristeza, y la compañía y la soledad, características de las bellezas de las fiestas? Tendiendo diálogos surrealistas y escuchando unos tangos y unos blues de fondo, allá a lo lejos, ancestrales de colección..
 Siento que estas dos personas nos entendíamos. Que allí no era un loco ni un cuerdo. Que allí el no era él y yo no era yo. La locura eramos los dos, y todos. Cómo entiendo  entonces cada palabra, cada gesto, cada lectura de los movimientos. Cómo escucho lo que él escucha. Cómo hacemos chistes. Cómo reímos. A carcajadas. A locura.
 A ataduras insostenibles. A ataduras del alma. A bla bla bla bla bla bla bla bla.
A oscuridad de la sombra, o a cumbre de la luz
  Sí, claro, bárbaro, quedamo así.
 O ah… entiendo… traidores de la nuca.
   Se fue porque no le queda otra, se repetía. Se ovnibulaba. Se creía. Se espantaba.
   Se fue porque se veía volcándose. Se fue por Héctor y las montañas, por esas cimas hexagonales derrumbándose. Por los líquenes de batracio. Por Mendoza. (MendozaAAAA! gritó un día )
 Cuando lo vi no lo podía creer, cual Quijote. Qué fuerza del destino. Qué improperio.
Y pensar que traía pájaros en la cabeza, energías del más allá. 
 Qué ganas de tener la viva voz.
 Vuelven a la memoria... las puntas del deseo.

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