lunes, 4 de abril de 2011


Subo a la terraza en este presencia que me invade y me abre la boca. El cuerpo me calla y las piernas me tumban, hasta tal punto que no me puedo sentar sin quedarme porfiado, y la belleza se sienta a mi lado, tumbada ante la nada la desprecio. Tengo que estar parado sobre un pedestal, tengo que correr y saltar. Tengo que molestarme. Ya habiendo vacío en estas palabras ¿qué se hace con el vacío? Ya desvirtuados los niveles no se junta bien el elemento. Hay una rápida brisa y unos centellones despedazados por el cielo, cielo negro y con abismos indescriptibles. Subo la escalera peldaño a peldaño.
 Encuentro que la puerta estaba abierta. Estaba una chica tomando del más delicado vaso, un fernet con hielo hasta las orejas.
 Y una música perteneciente a Led Zeppeling empieza a sonar.

Esperaré hasta que digas basta.

Moriré en esa canción de cuna. Con el olvido del sueño, y la muerte que demuestra que la vida es triste.

Cómo ha sido el sueño?

Cómo vendieron nuestras almas a través de una ventana sin final.
Un letargo adormecido entre las palabras e imágenes leves y bifurcadas,
 Que nos hunden cada vez más abajo. Y que estamos, sin embargo, por encima de la felicidad.
 Un puñado de escenas sobrevive a la inmediatez de la presencia. El acontecimiento es una tangente llena de brechas y agujeros, de sombras negras y luces perpendiculares.
 No recuerdo muy bien ese porte en la voz, de esa melodía ancestral y laboriosa que se filtraba por mis oídos, pero sonaba a risueña, a muerte lenta, a ojos con calma del destino. A pestañas que se cierran como un manantial que lava y fluye la paz, del silencio en esos ojos.
 No encuentro rostros ni melodías conocibles. Porque todas están en la piel y en mis ojos. Son como láminas que se abren y se cierran, constantes, con firmes movimientos. Que colapsan, que saturan, que abren grietas hondas en los recuerdos.

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