viernes, 5 de agosto de 2011

dentro


   Dentro del cuerno de la guampa, todavía la yerba  en mezcla con el cuero,
  conserva una sangre que es arrastrada desde tierras coloradas y naranjas, negras oscuras.
  Al succionarse se implementa un mecanismo salvaje de saliva que se traga por la laringe
 y se vuelve vaca y pichón de no se qué terreno donde lo habitan la familia Zendoa.
 Será por San Cosme y San Damián.
 Cuando se aprieta ese cuajo de esternón, y la rúbrica de esa pieza se volverá hacia mis manos,
 pienso en todo, en la bestialidad que mata el hambre de las personas, que sacia el alma. Y que sangra las manos,
sobre el cuero caliente. Sobre la fragancia lejana. Es rica.  Se lamenta decir que se saborea rudamente en el paladar
 más refinado como el más rústico y silvestre. 
 Ahora cierta escritura que se ha formado quién sabe de qué piso ha salido, de qué árbol, de qué esperma, de
 qué guijarro en el cual mis cinco dedos acariciaban el barro, moldeaban la arcilla y la cerámica. Quizá todo eso
 es parte, y quizá no.  O el esperma dejado la noche anterior.  O las horas y las pieles. O el rasguido de esas
 cuerdas.
  O la cicatriz en el viento. 

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