domingo, 30 de octubre de 2011


El sábado sobre la constelación,  sobre la palabra de un lugar en el mundo, esperando no sé qué diámetro por sobre el que calzaría la putrefacción de sus sesos. Ya instalado en el lugar, anuncia la llegada de muchas formas, las fiestas de las formas.  Pero siempre quiere encontrarla a ella, a la que espera, a la que vuelve, en la esquina, cuando se rompe la palabra por el desatino de haber nacido sin lugar. Pero preguntás y preguntás sin querer saber. Cómo se puede así.
Por dónde andará la quietud cuando los músculos se asoman para girar entorno de las debilitadas sustancias, a amapolas, riscos, vientos hondos y fuertes soplando la cara.  La gota caliente quemando el pie.

 Mientras  tanto, las brillantinas hacen de sus deseos los más aclamados.  Emparentan su risa metoplasmática a las escamas de las piedras y todo el tiempo alrededor se esparcen las gaviotas con su sonido ultrafino, irrepetible.
 Se van calentando, se sienten en la distancia. Se molestan y se apaciguan, como los miedos dentro de los miedos.  Como el sudor en el desierto o la sequedad en  el huracán.
 Encuentran las palabras que antes no fueron dadas y se las muestran gentilmente  a los ignorantes, para que las agarren bien agarradas, estruendosas en su laringe.
  Pero en un momento las historias quieren metamorfosearse y aparecerse en sueños, de esos de colores y en muchos niveles. Allí es cuando me buscas queriendo arrastrar, queriendo perforar, y volver a iniciar todo lo terminado.
Prefiero que sigas así, así, con los ojos nítidos, con una mirada descansada, contemplando como corre Maluk,  o Negro por los parques;  mientras te relames en tu bestialidad, y ahora no encuentras las palabras, no encuentras los sonidos, los silencios ni los sueños. Encuentras esa gran casa y ese gran jardín blanco y verde donde alguna vez vivimos todos juntos. Pobre, pobre equilibrio por nacer, constantemente. Pobre té amargo. Aunque tenga los pies calientes y la mente fresca, siempre seguirás existiendo, y los recuerdos dando   volteretas en el espacio no van a tener más opción que venir a la hora del juicio final. Como todos, como todos los hombres y mujeres que  creen en la realidad y en los sueños.
 Me incliné en la noche que me tumbaba, y sobre el ruido del viento acaricié tus párpados. Ya estaban ahí como de costumbre esperando los mimos, como el roce del pañuelo sobre la mejilla.
  Y perforándose  dentro de la coronación de las palmas hizo su doble vida.




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