lunes, 10 de octubre de 2011


 .  Cuando el hacha se hizo martillo que golpeara el roble, que acariciara
   el manto de la cuna de mi padre, que forjara la casa donde viviría, sentado entre los nogales;
   apostando vientos y tempestades a lo que sería ese trabajo de la imaginación y la materia; del diseño
  de una vida aplastada entre la vida esperanzada  y la amargura del corazón. 
   El péndulo volcó su energía en la desintegración de los ojos, en la soledad del cuerpo,
   en las utopías hechas sangre.

  La lluvia de ayer trajo la suerte inundada. La molestia fluvial, o la purificación.
  Vino a sacudir contra todo eso inútil de lo cual nos tensamos durante el día.

   Para disfrutar de las cosas, a veces hay que escaparse de las cosas. Romper la lógica
    y estar a las 3 de la mañana despierto y que te sorprendan estas gotas enormes, rápidas y líquidas.

   Las cicatrices de colores, reestructurándose.  Las propias láminas de volúmenes insalvables.
  El dolor escaso, impiadoso en esta mañana perdida.
  Allá a lo lejos,  puedes. Si con tu luz, si con los caminos sueltos que recorrimos y sacamos ahora
  como el sol al día.

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