martes, 5 de julio de 2011

La vida se ve proyectada en minúsculos pasos de creación.


 No hay mejor droga que acostarse en silencio a sentirse el viento y la sangre abriéndose dentro del cuerpo. Cómo se acomoda cada músculo, como se ajusta a su debido cauce,  con los ríos de energía que penetran como éxtasis la nada. 
 No soy yo. Nunca fui yo en realidad. Sólo soy yo cuando me transmuto a ese estado. Y siento toda la idiotecés que es lo demás. O todo lo maravilloso que es lo demás porque desde este punto en la cima como en la punta de la montaña, todo se ve fantástico y hermoso. Yo no sé si esta oscuridad me va a curar para siempre. Sólo que lo negro no es negro, ni el silencio es soledad.
 Que se mete dentro de la trama y de las matrices corporales, una piel que es jóven y rugosa, que es la de un niño que se zarandea por sobre la tierra entre los animales y juega. Que es un ser que ya colmado de felicidad eterna espera en la sabiduría de su vejez, toda la hermosa sensibilidad del mundo. Que sus ojos están llorosos, que se vuelca contra la imposibilidad como una estrategia que nadie le dijo. Que así no están hechas las lógicas y los colores, que la esencia es para todos y es de uno. 
 Pienso mientras tanto en cómo se abren las fauces de mi nariz para respirar al justo latido, y como el corazón se apretuja o se ablanda para suspenderse dentro del pecho y las estructuras, con el ritmo y el movimiento con los cuales una palabra lleva a la otra, una idea se mueve en círculos y se bifurca, un color se tiñe, y un olor se hace fragancia de una lejanía que no existe; porque infinita la tenemos en la palma de la mano. Aquí mi homóplato está al borde de descolocarse pero no tiene miedo. Los ligamentos y los tendones que se unen y se rompen tampoco. Se arman. Se deshacen en cada partícula de segundo. En años luz. En biosferas, en bosques lejanos, en Río Paraná y Saltos encantados.
  En la parte izquierda de mi hombro, arriba de mis vértebras, mientras se unían los puentes y los hemisferios de la mente, escucho el chillido de un ser volador que va aterrizando, con su campana y su sonido de lucha avisa su ataque. Piensa que estoy dormido y que los ríos de sangre roja y colorada serán todos para él. Que las capas y las membranas de mis venas serán permeables, blandas y abiertas para su jugoso deseo. Entonces es cuando clava su aguja como lanza de hierro sobre la tierra. Como filtro que chupa todas las raíces y todos los cuajos híbridos, de mi espalda, de mi médula. Lo resisto. Lo dejo estar para sentir la sensación. Dejo que me saque la energía y la luz. Que se filtre su mínimo pico como una jeringa infectada. No lo aguanto. Siento que es una extracción eterna, ya despiadada y turbia, ya moribunda. Maldito mosquito hijo de re mil puta, y la reputísima madre que te re contra re mil parió. Levanto mi brazo que ya estaba embutido sobre la gravedad para agitarlo bruscamente y asesinar al adorable ser. Él, con un sonido quejoso, con un gritito de mufa,con una mueca burlona se aparta huidizo y caliente por no haber terminado su reproducción y tráfico de sangre, partículas, fluidos, bacterias y enfermedades.


FINAL UNO: todo tiene sentido. Soy muy débil y no puedo resistir el mísero pinchazo aletargado y firme de un mosquito. Me vence. Necesito trabajar más. La lucha es eterna. Siempre se mejora. Todo sirve.


 FINAL DOS:  A partir de ese momento pienso que nada tiene sentido.  Que todo puede ser interrumpido por cualquier cosa. Por cualquier cosa. Por las bombas atómicas. Por las tormentas. Por las muertes, por las vidas. Por el hambre en el mundo. Por lo asesinatos y las violaciones. Por las masacres y las catástrofes.  Las bestias, los animales y los mosquitos. 

Que no sirve de nada construir. Que vamos a terminar cayendo. Que se puede disfrutar mientras se lucha pero que no existe una lógica que nos perminta encontrar felizmente los pasos y la creación durante toda la vida. Incluso si pensamos en otras vidas. ///

No hay comentarios:

Publicar un comentario