martes, 31 de enero de 2012

Viajábamos, por distintos lugares, interminables, de ida al sol, a la vuelta con la sombra. O al revés.


 Inevitablemente la luz se irá rasgando, con latidos fuertes y tenaces.
 Los azules naranjas en donde se desplomaba aquella mañana hacía recordar la ferocidad de la paz.
 La panza colmada de felicidad hasta las entrañas, inquietándose a cada rayo de sol.


 Como merma la esperanza, el suelo se desintegra en el corazón marchito de los cuerpos  sudados.
  Las lagunas y los álamos que se envician de fuegos y cataratas, de estrujar y de expandir, de herir y de sanar.
  Algo va a pasar. Cuando los desatinos de las horas reclamadas se lleven la mirada hacia el horizonte sin ninguna vuelta atrás.
  Como una ola que tape el cielo.


  Debió levantar los párpados y volver a caer. La escena desde la distancia se veía opaca y fría.
  El rayo como silencio por la espalda y una abrumadora burla que se estrujaba por el pecho hacia un encuentro discontinuo.
  Pensó en tomar el té, mojar la galletita de limón en la oscuridad caliente y borravino , y mientras los estruendos seguían allá afuera,
  con la ventana abierta escribir el dolor que lo haga dormir.

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